Carta abierta a Lucé Vela
[A raíz del conflicto huelgario en el principal centro docente de Puerto Rico debido a la imposición de la infame "cuota de estabilización fiscal de la UPR" el psicólogo Jorge Nogales, padre de dos estudiantes de dicha universidad, le escribe una carta a la primera dama de la isla solicitando su intervensión.]
Me anima a escribirle un precedente singular. Jimmy Carter logra detener la invasión a Haití en 1994, gracias a Madame Yannick, esposa del general Cedrás, jefe militar golpista. Ella que, según Carter, es “esbelta y muy atractiva”, convence a su marido de no resistir la invasión, salvando al pueblo de un baño de sangre. Me mueve un comentario chistoso de su esposo que da a entender que, en casa, usted lleva la voz cantante. Me alienta que el gobernador le diga a Mayra Montero que, por sus vínculos con Luis A. Ferré, no lo asocian con “el lado duro” del partido.
Le escribo en mi carácter de padre. Me quedan dos hijos en la UPR. El menor, contemporáneo de sus trillizos, comenzó ingeniería en Mayagüez. Su hermana completa el bachillerato en Río Piedras.
Esta huelga surge de la anterior. Los presidentes De la Torre y Rivera en 62 días no logran lo que el mediador del Tribunal resuelve en 72 horas. Negocia acuerdos con los estudiantes y la administración. Se termina la huelga, no se pierde el semestre, los estudiantes se gradúan; mi hija mayor, de Leyes. El país respira. ¿No era el momento ideal, para construir, sobre los acuerdos, un clima de entendimiento y respeto, vías de gobernanza participativa, para asegurar una paz duradera en la UPR?
Pues no. Rodríguez Ema despacha los acuerdos como palabras en papel. El gobierno, en “fast track” aumenta la Junta de Síndicos. El lado duro del partido gobierna en la UPR. Ygrí Rivera, ayudante de Romero Barceló durante Maravilla. De la Torre, su candidato a la presidencia. Romero acusa a los estudiantes de comprar cocaína con el sobrante de la beca Pell. La cuota va. No se negocia. Estalla la huelga. Se derriban portones. Brota la violencia. Entra la policía. Vuelve la confrontación.
Los trillizos están muy lejos, a salvo de los macanazos, los gases, las patadas. Les deseo lo mejor y el mayor éxito en sus estudios. Deseo lo mismo para mis hijos y todos los hijos en la UPR. Recuerdo una obra de Arthur Miller: “All My Sons.” Narra la tragedia de una familia en la Segunda Guerra Mundial. Joe Keller es dueño de una fábrica de piezas para aviones de guerra. Un encargo de piezas sale defectuoso. Decide entregarlo. Varios aviones se caen. Mueren pilotos compañeros de su hijo. La verdad llega a saberse. El hijo, abrumado por la vergüenza, estrella su avión contra una colina. El padre también se suicida, al reflexionar sobre una carta del hijo, “que tenía razón, que todos eran sus hijos”.
Las batallas ideológicas que nos dividen no deben librarse sobre los cuerpos de nuestros jóvenes universitarios. La estadidad no adelantó nada con los asesinatos de Maravilla; tampoco la independencia. Viví los años más sangrientos de la UPR. Cuatro muertos en 1970 y 1971. Mudar el ROTC al otro lado de la avenida Barbosa bastó para desactivar la violencia. Una medida sencilla, pragmática. La cuota se debe resolver así.
Debo suponer que los trillizos son muchachos buenos, pero de seguro cuestionan y protestan, como cualquier adolescente. Toda madre y padre consciente aprende que, con los jóvenes, resulta mejor negociar, poner las cartas sobre la mesa. Distinto a cuando son niños.
Quiero pensar que su esposo escucha su voz más que la de Rodríguez Ema , y mucho más que la de Romero Barceló. Esta carta es como una sonrisa o una flor enfrentada a una columna de tanques. Dígale al gobernador, muy cerca del oído, que no sólo los trillizos, sino TODOS son sus hijos, nuestros hijos. Ya conoció a Arturo Ríos, a René Vargas, a Omar Ramírez. Lo observé sonreído y cómodo con ellos. Si llega a ver en esos estudiantes los rostros de los trillizos, se resuelve la Universidad.
La sonrisa y la flor son para usted, con mucho respeto, como primera dama y en este asunto, primera madre de Puerto Rico.
Jorge Nogales Marín
Psicólogo Clínico
[A raíz del conflicto huelgario en el principal centro docente de Puerto Rico debido a la imposición de la infame "cuota de estabilización fiscal de la UPR" el psicólogo Jorge Nogales, padre de dos estudiantes de dicha universidad, le escribe una carta a la primera dama de la isla solicitando su intervensión.]
Me anima a escribirle un precedente singular. Jimmy Carter logra detener la invasión a Haití en 1994, gracias a Madame Yannick, esposa del general Cedrás, jefe militar golpista. Ella que, según Carter, es “esbelta y muy atractiva”, convence a su marido de no resistir la invasión, salvando al pueblo de un baño de sangre. Me mueve un comentario chistoso de su esposo que da a entender que, en casa, usted lleva la voz cantante. Me alienta que el gobernador le diga a Mayra Montero que, por sus vínculos con Luis A. Ferré, no lo asocian con “el lado duro” del partido.
Le escribo en mi carácter de padre. Me quedan dos hijos en la UPR. El menor, contemporáneo de sus trillizos, comenzó ingeniería en Mayagüez. Su hermana completa el bachillerato en Río Piedras.
Esta huelga surge de la anterior. Los presidentes De la Torre y Rivera en 62 días no logran lo que el mediador del Tribunal resuelve en 72 horas. Negocia acuerdos con los estudiantes y la administración. Se termina la huelga, no se pierde el semestre, los estudiantes se gradúan; mi hija mayor, de Leyes. El país respira. ¿No era el momento ideal, para construir, sobre los acuerdos, un clima de entendimiento y respeto, vías de gobernanza participativa, para asegurar una paz duradera en la UPR?
Pues no. Rodríguez Ema despacha los acuerdos como palabras en papel. El gobierno, en “fast track” aumenta la Junta de Síndicos. El lado duro del partido gobierna en la UPR. Ygrí Rivera, ayudante de Romero Barceló durante Maravilla. De la Torre, su candidato a la presidencia. Romero acusa a los estudiantes de comprar cocaína con el sobrante de la beca Pell. La cuota va. No se negocia. Estalla la huelga. Se derriban portones. Brota la violencia. Entra la policía. Vuelve la confrontación.
Los trillizos están muy lejos, a salvo de los macanazos, los gases, las patadas. Les deseo lo mejor y el mayor éxito en sus estudios. Deseo lo mismo para mis hijos y todos los hijos en la UPR. Recuerdo una obra de Arthur Miller: “All My Sons.” Narra la tragedia de una familia en la Segunda Guerra Mundial. Joe Keller es dueño de una fábrica de piezas para aviones de guerra. Un encargo de piezas sale defectuoso. Decide entregarlo. Varios aviones se caen. Mueren pilotos compañeros de su hijo. La verdad llega a saberse. El hijo, abrumado por la vergüenza, estrella su avión contra una colina. El padre también se suicida, al reflexionar sobre una carta del hijo, “que tenía razón, que todos eran sus hijos”.
Las batallas ideológicas que nos dividen no deben librarse sobre los cuerpos de nuestros jóvenes universitarios. La estadidad no adelantó nada con los asesinatos de Maravilla; tampoco la independencia. Viví los años más sangrientos de la UPR. Cuatro muertos en 1970 y 1971. Mudar el ROTC al otro lado de la avenida Barbosa bastó para desactivar la violencia. Una medida sencilla, pragmática. La cuota se debe resolver así.
Debo suponer que los trillizos son muchachos buenos, pero de seguro cuestionan y protestan, como cualquier adolescente. Toda madre y padre consciente aprende que, con los jóvenes, resulta mejor negociar, poner las cartas sobre la mesa. Distinto a cuando son niños.
Quiero pensar que su esposo escucha su voz más que la de Rodríguez Ema , y mucho más que la de Romero Barceló. Esta carta es como una sonrisa o una flor enfrentada a una columna de tanques. Dígale al gobernador, muy cerca del oído, que no sólo los trillizos, sino TODOS son sus hijos, nuestros hijos. Ya conoció a Arturo Ríos, a René Vargas, a Omar Ramírez. Lo observé sonreído y cómodo con ellos. Si llega a ver en esos estudiantes los rostros de los trillizos, se resuelve la Universidad.
La sonrisa y la flor son para usted, con mucho respeto, como primera dama y en este asunto, primera madre de Puerto Rico.
Jorge Nogales Marín
Psicólogo Clínico
La razón no grita, convence. - Luis A. Ferré
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